27 de septiembre de 2009

El antídoto contra "Mi Fiebre del Sábado Noche".

Ya se acabó San Mateo, y después de un fin semana de marcha por la capital riojana, he descubierto que en la mayoría de los bares de esa ciudad ponen la misma mala música que casi todos los garitos del resto del país.

Toda la noche del sábado dando vueltas por Logroño, con los oídos doloridos de escuchar siempre la misma música repetitiva, en todos los sitios, en cada
momento... Cuando ya estaba dispuesto a regresar al autobús, con mi particular "fiebre" del sábado noche, escuché un guitarreo familiar, me acerqué hacia donde salía esa conocida melodía. Cuando abrí la puerta del local, me percaté que era un templo del rock de los años 70, un auténtico oasis en un desierto de tanta música mediocre.

Aquel sitio pese a no ser de grandes dimensiones, estaba muy bien cuidado. Hubo varias cosas que me llamaron la atención, una de ellas fue que no había portero, otro detalle curioso es que algunos percheros estaban alojados en misma barra, las paredes estaban decoradas con carteles míticos de Jimmy Hendrix, The Doors, The Who… pero lo que más me sorprendió fue un letrero que rezaba: “Hay cerveza sin gluten, porque todos somos hijos de Dios”, no es que sea celiaco, ni tampoco religioso, pero son esos pequeños detalles los que me hacen conmoverme, ya que nadie es culpable de la mayoría de las enfermedades que parece.

Así que con toda curiosidad, como si fuera una cita a ciegas, me dispuse a pedir dicha cerveza, antes de servírmela pensé en todas cervezas que he llegado a probar, (será tan aguachinada como una San Miguel, o tan insípida como una coronita, o de sabor tan discreto como una Heineken, será, verde, será azul…).

Llegó la hora de la verdad, lo primero en lo que me fijé, fue en la botella, mi primera sorpresa llegó al ver la marca, “Ámbar”, ¡caramba! una cerveza nacional capaz lanzar al mercado una cerveza tan “especial”. Una vez volcado con cuidado el líquido dorado dentro del vaso, me percaté de la fina y transparente capa de espuma que recubría la superficie. Antes de llevarme el vaso a los labios, percibí que el olor era el mismo que una cerveza común, su sabor en el paladar, era bastante fuerte a cebada, pero la duración de éste al pasarlo por la garganta era muy breve, casi instantánea, una verdadera pena para los celiacos.

Ya pagado el zumo de cebada, me dirigí hacia los servicios, y cual fue mi asombro, que había papel higiénico, ese preciado material que escasea en todos bares en general, que nadie se acuerda de él hasta el momento de tener la necesidad de utilizarlo.

Con la confusión de que si lo que viví en aquella media hora de esa noche era realidad o un sueño, traspasé la puerta que separa el cielo del infierno y me marché dirección al autobús con todos mis amigos.

Si algo tengo claro de este viaje a Logroño es que la próxima vez que peregrine en San Mateo visitaré como buen feligrés ese bar, ¡ah!, que no he dicho como se llama ese fantástico lugar… “Stereo Rock n’ Roll” su ubicación está en la Calle Sagasta nº19.

10 de septiembre de 2009

Mi jornada laboral.

Alguien se ha parado alguna vez a pensar: ¿qué le satisface en esta vida?, ¿qué le llena como persona?

Yo, sí, algunos gustos han cambiado en mi trayectoria personal y profesional, pero actualmente lo tengo claro, demasiado claro, como para cambiar de idea.

¿Alguien se le ocurre algo más enriquecedor que ayudar al prójimo?

A mí, personalmente, no. Ahora, piensa por un instante en tener la información que alguien necesita en un momento determinado y ofrecérsela de forma altruista y desinteresada...

Creo que esta es una manera sencilla de crear felicidad. A veces, en ocasiones, tal vez siempre, esta alegría es recíproca, ya que se devuelve con una simple sonrisa o con una palabra amable.

Estos humildes gestos consiguen que uno se marche a casa con la satisfacción del trabajo bien realizado. Con este bienestar regreso a mi hogar la mayoría de las jornadas, también es verdad que algunos días me acompañan agujetas y jaquecas hasta el momento de irme a la cama, pero, os aseguro que lo primero recompensa con creces a lo último.

Reconozco que nadie es imprescindible, pero sinceramente, yo me siento importante gracias a la gente que me rodea, a mis compañeros, a mis amigos.

Créeme, esta sensación que intento explicar, es algo único y tiene más valor que el dinero.